Hoy es un día de reivindicación y lucha. Un día en
el que visibilizamos y reconocemos a aquellas que, contra viento y
marea, se siguen enfrentando al poder como obreras y como mujeres. Un
día en el que afirmamos que la realidad de la mujer trabajadora nos
dibuja un mapa en el que la invisibilización, la pobreza, la
discriminación y la violencia son aspectos definitorios. Un día en el
que recordamos que la lucha de la mujer trabajadora ni es ni puede ser una lucha secundaria.
Las mujeres de clase obrera se enfrentan diariamente a una doble discriminación: por ser obreras y por ser mujeres. La brecha salarial
alcanza niveles vergonzosos y se concreta en cosas como la menor
retribución de las mujeres por trabajos equivalentes (como ocurre, por
ejemplo, en la diferencia entre limpiador/a y peón); infravaloración de
categorías tradicionalmente femeninas (camareras de piso, planchadoras,
cuidadoras...) o diferencias salariales entre sectores feminizados
y masculinizados.
Esta discriminación también se materializa en aspectos relacionados con el acceso al empleo, la promoción o la formación:
establecimiento de criterios de selección falsamente objetivos (por
ejemplo, exigir un título de automoción para trabajar en una cadena de
montaje); criterios basados en la disponibilidad horaria o, lo que es
peor y más habitual, ausencia de criterios de selección, lo que permite a
la empresa contratar de forma sexista sin más explicación; eliminación
de determinados beneficios para categorías con sobre-representación
femenina (como pluses, cobertura de vacantes o transformación de
contratos temporales en indefinidos); establecimiento de cursos de
formación fuera de la jornada laboral... etc.
A esto hay que sumar que los contratos temporales en activiades de carácter permanente, los falsos contratos parciales con jornadas extenuantes o los trabajos por horas, sin cotización o sin contrato, afectan mayoritariamente a las mujeres.Todo
ello debe ser entendido en base a que la inmensa mayoría de los
cuidados informales y formales son llevados a cabo por mujeres y esas
tareas, fundamentales para el mantenimiento de la sociedad, están
profundamente infravaloradas. A esterespecto, la última reforma laboral supuso una vuelta de tuerca más
al llevar a cabo una regresión en lo referente a la restricción de la
posibilidad de reducción de jornada, la des-responsabilización de las
empresas en la implementación de medidas por la igualdad y la
eliminación de facto de cualquier atisbo de corresponsabilización entre
hombres y mujeres.
La conciciliación se entiende como un derecho, no como una
obligación. Es decir, no se puede obligar legalmente a un hombre a
compatir las tareas domésiticas y que, por lo tanto, eso afecte a su
situación laboral, de la misma manera que no se puede obligar a una
mujer. La diferencia es que las mujeres están obligadas como
consecuencia de la división de tareas en un sistema patriarcal, que es
mucho más implacable que la ley.
Para rematar la faena, la paralización de la Ley de promoción de la autonomía personal y atención a las personas en situación de dependencia,
con su consecuente eliminación de la cotización a la Seguridad Social
de los cuidados familiares, supone no sólo la confirmación de que las
personas dependientes no son consideradas sujetos de derechos sino que,
además, esa pérdida de derechos debe ser extendida a las personas cuidadoras: que se verán todavía más aisladas, más empobrecidas y más dependientes de los ingresos de terceros.
Cuando las tareas domésticas se realizan de forma remunerada, la situación (mejorada con la entrada en vigor del Real Decreto 1620/2011) continúa siendo dantesca. Las Empleadas Domésticas son un sector que, simple y llanamente, no tiene reconocidos los Derechos Fundamentales
que marca la Constitución Española y que está fuera del Estatuto de los
trabajadores: pueden tener el deber de pernoctar en su puesto de
trabajo, además de las 40 horas semanales, pueden tener la obligación de
encontrarse a disposición 20 horas semanales más (además de las horas
extra); no tienen derecho a prestaciones por desempleo; su despido es
más barato y cabe el mero desistimiento; no tienen derecho a la
jubilación anticipada ni parcial; la posibilidad de inspección se
encuentra limitada; la nulidad del despido nunca conlleva la readmisión y
la jurisprudencia tasa la indemnización en caso de despido nulo al
equivalente a un despido improcedente en el Estatuto de los
Trabajadores.
La mujer trabajadora se enfrenta diariamente no sólo a estas situaciones sino también al hecho de que esas injusticias estén normalizadas en una sociedad machista.
Esta normalización de la desigualdad es causa de la feminización de la
pobreza, limita que las mujeres puedan enfrentarse a la violencia de
género y dificulta, de forma directa, la participación de la mujer en
las luchas sindicales. La lucha de la mujer trabajadora se ve
habitualmente ignorada, menospreciada e incluso ridiculizada.
Para la CNT, es la Clase Obrera auto-organizada la que es capaz de
analizar, comprender y revertir esas situaciones en una lucha que, por
se obrera y libertaria, es necesariamente antipatriarcal. Por todo ello,
en este 8 de marzo, los trabajadores y trabajadoras de la CNT volvemos a
afirmar alto y claro que no, que no hay luchas de segunda, hay
oprimidas de segunda y que, por ello, continuaremos enfrentándonos a la
invisibilización, la pobreza, la discriminación y la violencia.
Viva el ocho de marzo
Viva la lucha de la mujer trabajadora