El fin de la dictadura franquista dio paso a un proceso en
el que se sentarían las bases del actual modelo político, social y económico.
Un proceso complejo en el que la CNT todavía tenía mucho que decir y aportar.
I. Nistal | Periódico CNT
Ilustración: Carlos Azagra
A pesar de todas las dificultades planteadas en la
reconstrucción de la CNT en el interior tras la muerte de Franco, ésta se
produjo de forma fulgurante “sorprendiendo a los propios anarcosindicalistas y
al conjunto de la sociedad española”, según Juan Pablo Calero en el libro El
hilo rojinegro de la prensa confederal, siendo 1977 un año clave en ese
sentido, no solo porque en el mes de mayo se produjera la legalización del
sindicato, sino también por las espectaculares demostraciones públicas como
fueron los mítines de San Sebastián de los Reyes (aún con la CNT sin legalizar)
y de Montjuic, así como las Jornadas Libertarias Internacionales organizadas en
el Parque Güell de Barcelona.
A todo este esplendor social y cultural, cabía añadir una
progresiva implantación sindical en las empresas que ya venía produciéndose
desde años anteriores como es el caso de la huelga en Roca de 1976, y
posteriormente en 1977 con la participación activa en la huelga de la
construcción o en la huelga de las gasolineras.
Sin embargo, el acuerdo firmado el 25 de octubre de 1977
conocido como los Pactos de la Moncloa entre el Estado y todas las fuerzas
políticas, sindicales y económicas sellaban una paz social y un respaldo del
sistema capitalista y de democracia representativa que anulaba la capacidad de
decisión de la población, y que en el
plano laboral con la Ley de Acción Sindical, junto con las elecciones
sindicales y los comités de empresa desbarataban cualquier capacidad de lucha
de los trabajadores, anulaban por completo “el asambleísmo obrero, cualquier
posibilidad de huelgas no controladas, cualquier posibilidad en suma, de un
desbordamiento del marco y de las reglas del sistema” (editorial de julio de
1978, nº 1 – V Época).
Por todo esto es lógica la posición que la CNT tomó de
rechazo frontal contra los Pactos de la Moncloa y del Referéndum para aprobar
la Constitución, siendo la única fuerza social que se opuso a tales maniobras,
convirtiéndose de esta forma en un oponente incómodo con el que no se contaba
dentro del tablero de juego.
Y como todo juego, éste tenía sus trampas por las que no se
dudó en utilizar para acabar con el predominio anarcosindicalista y se viera
peligrar de esa forma el tinglado tan bien montado por los Juan Carlos, Fraga,
Carrillo, Suárez o González. Por eso, precisamente en una manifestación en
Barcelona contra los Pactos de la Moncloa se preparó un atentado a la sala de
fiestas Scala, siendo el cabecilla y el principal responsable de la trama Joaquín
Gambín, alias el Grillo, un
confidente de la policía qe fue quien finalmente lanzó varios cócteles que
provocaron el gran incendio del edificio y el asesinato de cuatro trabajadores
(tres de ellos precisamente afiliados a la CNT).
Este montaje consiguió sus frutos en cuanto a que consiguió
desestabilizar y restar fuerza al sindicato, vaciándolo de afiliación y
militancia y relegándolo a la marginación tras la campaña política y mediática
orquestada.
A todo ello hay que sumar los estragos causados de la famosa
escisión tras el V Congreso celebrado en la Casa de Campo de Madrid en 1979 y
que acabaría por sumir al anarcosindicalismo en la larga travesía en el
desierto.